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El fuego del amor, durante largos años, quemó mi corazón, quemó mi alma,
hasta que el Bienamado me enseñó la vereda del enamoramiento.
El celo del amor dejó mudo mi grito,
y para que no hablara, me selló los labios.
Tanto bailé, anhelante, como una mariposa, en torno a Él,
que ardió como una vela para prenderme fuego en todo círculo.
Para que eleve hoy el canto del amor,
durante largos años, escondido en el tiempo, Él me enseñó la letra.
Soy siervo del anciano del fuego que me compró regateando con mi ser
a cambio de una copa de vino, vendiéndome de nuevo en la taberna.
Ebrio por el aliento del Alma de mi alma, Nurbakhsh cantaba así:
“El fuego del amor, durante largos años, quemó mi corazón, quemó mi alma”.
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