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Yo soy aquel que siente la estrechez de este mundo.

Mi casa está más lejos, más allá de los cielos, del sol y de la luna.


Yo vendí la creación y cuanto en ella existe por el valor de un grano de cebada,

pues la creación no es mi lugar, sino un lugar de imágenes y formas.


No hay huella alguna de los que han pasado.

Cuando miro hacia atrás, no veo ya ni siquiera mis huellas.


Nadie me es extraño en aquel reino,

conozco incluso a aquel al que me acerco desde lejos.


No veo en este mundo otro signo que el signo del Amado,

y miren donde miren mis ojos, allí está mi Dios.


En este círculo al que llaman el banquete de amor

hoy soy yo el guía de los viajeros de la senda.


Al alba oí, con los oídos de la clarividencia, estas palabras del Amado:

“¡Nurbakhsh, tu luz es mía!”

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