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Por dondequiera que mis pasos iban, Tú te manifestabas,

en cualquier dirección que mirasen mis ojos, Tú te hacías visible.


En la Kaaba, en el templo, en el convento y en la iglesia

les vi a todos buscándote, y el Aliento de la Vida eras Tú.


En las almas y en los confines, sólo te encontré a Ti,

en la apariencia de los signos estabas, y el verdadero sentido de los signos eras Tú.


Vi claro que en el zoco del amor

el vendedor y el comprador eras Tú.


En todo corazón, en cuyo labio se cantaba a algún ídolo,

el ídolo era sólo una excusa, Tú eras el corazón, y su Dueño eras Tú.


Desde el inicio de la eternidad hasta su fin, en toda la creación,

visible y escondido, poco y mucho eras Tú.


Si me “otorgaste luz”, y robaste mi fe y mi corazón,

Tú eras la fe y el corazón, y la Luz de las luces eras Tú.

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