Escucha al vino, escucha lo que cuenta,
porque de la tinaja de la Unidad te habla:
Aunque tenga colores diferentes, el vino es sólo vino,
esto lo sabe bien el ebrio.
Tienes que ir más allá de la imaginación, del color y el olor,
y así verás que los distintos vinos vienen de un mismo cántaro.
Si miras el color, te sentirás confuso y separado,
pues el color te aleja del vino y del beber.
* * * * *
El vino te embriaga,
el vino te libera de tu propia existencia.
¿Cómo puede embriagarte sólo el nombre del vino?
¿Cómo puede cambiar tu cuerpo en alma una copa vacía?
Si dices “vino” aludes a la copa, no al mismo mosto,
el culto al vino no es tarea tan fácil.
Debes beber el vino de esa copa,
pues nadie se embriaga con el nombre del vino.
Debes mezclar el vino con el alma,
pues de nada te sirve verterlo en la garganta.
Ingenuamente llenas tu garganta de vino,
por eso, día y noche, hablas del “tú” y del “yo”,
sin percibir que los enamorados están ahí presentes,
testigos de tu engaño y tu mentira.
En tus ojos perciben tu verdadero estado,
no necesitan escuchar tus charlas y discursos.
* * * * *
Sólo el amor de Dios te colmará la copa,
con falsedad no puedes recibir esta dádiva.
Hasta que Dios no quiera, no te harás bebedor,
ni hallarás el camino que lleva al tabernero.
Hasta que el sol de la Verdad no alumbre en tu tejado,
no podrás degustar la embriaguez de este vino.
Si la mano de Dios no te coge la mano,
¿cómo podrá tu alma embriagarse de Dios?
El mosto del amor te vuelve ebrio
y borra de tu ser toda existencia.
El mosto del amor no consiste en un gorro ni en un manto,
no consiste en buscar esta o aquella Orden.
Kashkul y tabarzin no representan los misterios del amor,
tienes que ser valiente para entregar tu alma en el amor.
No consiste el sufismo en gritos y aspavientos,
ni en presumir de una larga cadena de maestros.
Hace falta cadena, pero a los pies del corazón,
para que la llamada del corazón llegue hasta el alma.
El corazón rasgado por el amor de Dios
entró en la senda y avanzó velozmente,
y se agarró al regazo de quien posee corazón
y encontró en el amor una morada.
La ebriedad le robó su corazón y le dejó sin “yo”,
y, en vecindad de Dios, se hizo derviche con lealtad.
Vertieron en su copa el mosto puro,
y con el vino de la Unicidad regalaron su boca.
En su anonadamiento, dejó atrás la existencia,
y, embriagado, dejó su propio ser.
Del “yo” y del “tú” irreales se alejó para siempre,
y en ese reino de la no-existencia quedó, al fin, protegido.
Extraño se volvió al “yo” y al “tú”, y desde entonces
ya no necesitó mosto ni copa.
Al unirse con Dios, rompió toda atadura,
y dando el alma a aquel que es Alma del alma, lo eligió sólo a Él.