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EL SILENCIO Y LA CORTESÍA DE LOS SUFÍES

Escuchad, oh sufíes, el valor de este estado,

para que se liberen vuestras almas de la palabrería:


Hablar en la asamblea de los ebrios es una incorrección,

en el sufí que es puro, el silencio es valioso.


No es nuestro propósito sólo sellar los labios,

nuestra meta es callar ardiendo interiormente.


¡Cuántos, cuántos sufíes permanecen callados,

pero en su corazón arden los gritos!


Han sellado sus labios para cualquier palabra,

pero hay muchas palabras en sus ojos.


¡Cuántos, cuántos sufíes hablan con elocuencia,

pero no saben del ardor del corazón, ni del clamor del alma!


Deja en total silencio lo exterior y lo íntimo,

ajeno al fuego y a la luz, a la herida y al bálsamo.


El verdadero estado del sufí rebasa esos estados,

libre de todos ellos está el hombre de Dios.


Lamentos y suspiros no son piedra de toque en esta senda,

sino el ardor del corazón y su estado interior.


Si el sufí se libera de sí mismo,

las palabras carecen de valor para él.


En el silencio verdadero, ya no tiene existencia,

ese silencio es el secreto y el misterio de la pura ebriedad.


Hasta el estado místico es para él palabrería,

aquel que tiene corazón no piensa en los estados.


Libre de los estados y de las moradas,

él no comercia con milagrerías.


Porque no tiene límite su búsqueda de Dios,

en Dios se ha aniquilado y existencia no tiene.


* * * * *


Si de verdad te consideras un sufí,

¿por qué valoras tanto las palabras?


Lo que el corazón dice pertenece a otra lengua,

lo que el corazón dice pertenece a otro signo.


El corazón no habla con letras o palabras,

es un reino que está más allá de “tú” y “yo”.


Los que de verdad tienen corazón sólo hablan una lengua,

aunque las expresiones y los significados sean innumerables.


Hazte, pues, familiar con su mirada

y llegarás a descubrir los misterios del amor.


* * * * *


El sufí verdadero se libra de ataduras y de límites,

y entrega a Dios, de golpe, su intimidad y su exterior.


¡Oh sufí!, olvídate de cualquier regla,

pues aquellos que tienen corazón están libres de ellas.


Mientras estás en el camino, aún percibes las normas,

pero, en presencia del Señor, son sólo un sacrilegio.


La razón te conmina a cumplir ciertas reglas,

pero el amor te dice que debes alejarte de ti mismo.


Mientras buscas las normas, eres tan sólo un erudito,

pero en la morada del amor serás un ignorante.


Aquel que en Dios se aniquiló, fue más allá de las costumbres

y cerró el libro de las normas.


Deja atrás cualquier norma y procura acercarte al corazón,

ebrio y enloquecido, busca al Señor del corazón.


Cuando sigues las normas, sólo estás afirmando tu existencia,

la senda y la costumbre de los enamorados es la pura ebriedad.


Mientras te obstinas en las normas, mantienes tu apariencia,

pero estás alejándote de la esencia del Ser.


Debes volverte loco en el camino de los enamorados,

debes volverte extraño a ti mismo y al mundo.


Si de verdad resides en el templo de Dios,

dejarás para siempre temores y esperanzas.


Libre te sentirás de la existencia, de su mucho y su poco,

de su alegría, pena o tristeza.


Transfórmate en un ser de corazón y, como tal, olvídate de ti,

debes enamorarte con locura, y serás un derviche.


Mientras te sigas ocupando del rechazo o la súplica,

no hallarás ni secretos ni misterios en el templo del corazón.


Debes ir más allá de las costumbres, las letras, las palabras,

más allá de moradas y de estados, de raptos y clamores.


Si buscas al Amigo, mantente silencioso,

y por dentro y por fuera, desde los pies a la cabeza, abre bien los oídos.


Aquel que abrió los ojos del alma a la Verdad,

está libre de reglas, palabras y discursos.


No piensa en los estados ni piensa en las palabras,

en su mente no hay dudas ni preguntas.


Pasa de los dos mundos y del todo se anula,

y ya no se preocupa de conocer la norma.


Mientras hables de famas y de honores,

jugarás al amor contigo mismo.


Mientras sigas cautivo de tu ego y encadenado a los estados,

seguirás en la casa de la palabrería.


* * * * *


Aquel sufí que se ha purificado está inconsciente y ebrio,

no sabe nada de otra cosa que no sea el Amigo.


Perdido de sí mismo, habita en la taberna,

lo mismo que la uva que se ha hecho vino en la tinaja.


Libre de los estados, las moradas, los gritos,

en realidad no es otro que el Amigo.


Si no, sólo es sufí de nombre

y se jacta ante todos de ese título.


¿Hasta cuándo estarás atrapado en el lazo de las letras?

Si de verdad te sientes verdadero sufí, acaba con tu ego.


¿Hasta cuándo estarás preso en la jaula?

Embriágate, enloquece, rompe la puerta de la jaula y vuela.


Si no, no eres sufí, ¡oh vida mía!, vete

y no busques el nido del Simorq.


Si deseas llegar al monte qāf del anonadamiento,

deja atrás “quién soy yo” y “quién eres tú”.


Monta tu corazón, como si fuera el Rajsh, y cabalga hacia Dios,

para que Dios te “otorgue luz” en tu anonadamiento.

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