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Desde el principio nos olvidamos de nosotros mismos
cuando nos ocupamos con esa Bella Imagen.
Con la pureza nos derrotamos a nosotros mismos,
hasta que los intentos del corazón lograron la victoria.
Al convertirnos en nuestros propios enemigos,
vimos que era alabanza nuestra negación.
Con los ojos de la Unicidad, desciframos su punto
en todo, en cualquier línea o en cualquier volumen.
Aquí ya no hay cabida para la palabra:
ciertamente no hay nada, salvo Él.
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