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Todo cuanto encontramos
fue gracias a la aspiración y al valor de los alientos.
Abandonamos lo particular y, por la gracia del encuentro con el Amigo,
nos sumergimos en lo Universal.
Perdiendo el corazón por amor a su rostro,
nos hemos liberado del hombre y las criaturas.
Para los ebrios de amor,
no hay diferencia alguna entre la seda y la arpillera.
El que siente pasión por el Amigo,
no diferencia el hueso de la cáscara.
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