Una vez más, empezó el trovador la melodía de la Unicidad,
y, a través del amor, nos volvió libres de ambos mundos.
Gracias a Dios que nuestro corazón agitado
se olvidó de sí mismo, abriéndonos camino a la taberna.
¡Oh asceta! No digas que la fe del bebedor de vino está lejos de Dios,
pues el propio Copero rezó por los ebrios que dejaron este mundo.
Qué extraño aquel que en nombre de la misma amistad
abrió la trampa de la hipocresía en la vecindad de la pureza;
pertenecía a lo irreal y, por eso, rompió con nosotros
y, dando justo testimonio, emprendió viaje hacia este mundo efímero;
ciertamente era gente pedigüeña, porque el enamorado,
inconsciente de sí, rechazó bellamente cualquier cosa, salvo a Él.
Tiene excusa Nurbakhsh, porque en la senda de quien es Alma del alma
caminó un largo trecho, justificando así un discurso tan largo.