Si no es sobre el relato del amor y la fidelidad, no nos preguntes,
acerca del devoto y del temor o la esperanza, no nos preguntes.
Ven a nosotros sin tu “yo”, ebrio y sinceramente,
de inteligencia o de listeza, de “cómo” o de “porqué”, no nos preguntes.
En el banquete de los poseedores de los estados, deja las palabras,
de ser o de no-ser, de aceptación o de rechazo, no nos preguntes.
De nosotros no busques otra cosa que el sendero de la no-existencia,
de los afanes y negocios del “muftí” o del predicador hipócrita, no nos preguntes.
En el “jānaqah” del “yo” y el “tú” no hables,
de favor y de cólera, de avatares del cielo o de la tierra, no nos preguntes.
Allí donde, reunidos, los que beben el vino son ebrios y felices,
deja cualquier razonamiento, sobre estas historias, no nos preguntes.
No hables con Nurbakhsh del recuerdo de esto o de aquello,
busca directamente la Unicidad divina, y si no es sobre Dios, no nos preguntes.