De tal manera han moldeado las manos del destino mi agua y barro
que de mí y mi existencia –lo digo abiertamente– me siento avergonzado.
¿Quién soy? Alguien que, sin cabeza ni pies, no sabe nada de pies ni de cabeza,
un alma en llamas, ardiendo día y noche a causa de este fuego del amor.
Un átomo que danza en el espacio de una pasión indescriptible.
¿Un átomo? ¿Qué digo? Hasta de esa palabra me avergüenzo.
En Su pasión, como una vela me consumo,
soy una llama y, sin embargo, hasta esa imagen me da hastío.
El “yo” y el “tú” es un pecado que el Amigo no perdona,
una sola mirada del Amigo me separó del “tú” y del “yo”.
Pasaron treinta años. Para mí fueron muchos más,
pues me volví inconsciente del paso de los años.
¿Otorgo luz? No, no. ¿Quién soy? Nadie soy. ¿Qué fui? Sólo una sombra.
¿Qué me ocurrió? Fui anegado ¿Por quién? Por Aquel que es reposo de mi alma.