Nosotros, los mendigos del amor, estamos lejos de nosotros,
somos extraños en cualquier ciudad, y no tenemos sitio fijo.
¡Oh asceta!, el paraíso y sus huríes, para ti,
nosotros, salvo el polvo de Su puerta, no deseamos nada.
Para nosotros, la ebriedad y el delirio; para el predicador, sus oraciones y plegarias,
¿qué sabe él de nosotros, los inconscientes de sí mismos?
Aunque en la senda de la fidelidad no sabemos de pies ni de cabeza,
nosotros somos diferentes del muftí sin cabeza y sin pies.
En la taberna de la no-existencia apartamos los ojos de nosotros,
para que con Sus ojos contemplemos nuevamente Su rostro.
Con el halo del pájaro de la felicidad que nos envuelve gracias a Su amor,
nunca volaremos de la vecindad de Su amor hacia otra pasión.
Nurbakhsh se fue de todos los lugares. Y, sentándose con el Amigo, dijo:
“Salvo a Ti, no queremos ni deseamos nada”.