No hay camino hacia Dios por la plegaria,
la Verdad sólo encuentra camino en la taberna.
Oraciones, rosarios, letanías y recuerdos
sólo te distraerán en la puerta del Amigo.
Mientras te ocupas en llamarle, no eres más que un idólatra,
sólo si le deseas, saboreas la ebriedad.
Mientras veas camino y caminante, eres extraño,
esclavo de tu “yo”, y a ti mismo te engañas.
Si algo tienes que ver con la razón y con la gente,
te será muy difícil contemplar la Verdad.
Da un paso al frente en la taberna, como los que son libres,
e, inmerso en la embriaguez, aleja de tu ser lo que es banal.
Porque a Dios sólo puedes contemplarle con los ojos de Dios,
¿cómo podrá lo relativo contemplar por sí mismo a lo Absoluto?
Quien, ebrio por el vino del amor, yace caído en la taberna,
es un loco a los ojos de los eruditos.
Aquel que mora en la taberna, está anulado totalmente,
salvo Dios, nada ocupa su corazón, su mente.
Aquel que mora en la taberna, fuera está de lo bueno y de lo malo,
más allá de la razón o la locura.
Aquel que mora en la taberna, nada sabe de religión ni de blasfemia,
ni se ocupa en leer lo que es correcto o incorrecto.
Aquel que mora en la taberna, jamás ve a la criatura,
jamás se ocupa de la unión o la separación.
Aquel que mora en la taberna, vive en el no-lugar,
no tiene signo alguno: su signo es el no-signo.
Aquel que mora en la taberna, no ve ni “yo” ni “tú”,
ha pasado del “No” para entrar en el “Sino”.
Aquel que mora en la taberna, ya no se ve a sí mismo,
ya no piensa en lo poco, ni recuerda lo mucho.
Aquel que mora en la taberna, no tiene religión ni creencia alguna,
para él no hay diferencia entre el veneno y la dulzura.
Aquel que mora en la taberna, fuera está de ambos mundos,
pues encontró refugio bajo el manto de Dios.
Deja, oh Nurbakhsh, estas paradojas retóricas,
pues nadie, salvo Dios, sabe nada de aquel que mora en la taberna.