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Cuando alguien entra en Su festín con los pies de la sinceridad,
toda existencia perderá a cambio de su corazón.
Ahorcará toda súplica en lo alto de la horca,
se perderá a sí mismo por amor al Amigo, se quitará de en medio.
Y colmará su cáliz con el vino de su Unidad,
y arrancará el “tú” y “yo” para trocarlo en Él.
Por el dictamen del corazón se librará de la trampa del ego,
aparta el velo de “tú” y “yo” y se convierte en Dios.
Ya no es un viajero, sino un enamorado sin fe y sin corazón,
pues su ser y no-ser será amasado con la luz del Amigo.
Con la “luz” que Él le otorga serán iluminados sus ojos,
ya no ve nada, ni a sí mismo, ni a “otro”.
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