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A un hombre pobre y virtuoso, con el corazón abatido,
le acompañaba, día y noche, un perro.
Y él, despreocupado de fama o de riqueza,
jamás le suplicaba nada a nadie.
Día y noche pasaba sin preocuparse por su alimento,
pero pedía a la gente pan para su perro.
Alguien le dijo: “¡Oh, tú, que desafías a todo el mundo!,
no te atraes la infamia por causa de este perro.
Tú, que, por tu independencia, al Señor te pareces,
¿por qué andas mendigando para un perro?”
Cuando oyó esas palabras aquel hombre apenado,
con cientos de lamentos y suspiros, así le contestó:
“Si yo aparto de mí a este conocido,
ya nadie sentirá por mí amistad alguna.
La lealtad de este perro
es mayor que la de esa gente infiel”.
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