¡Copera, dame tus favores!
Abre de nuevo la taberna.
El vendaval de la existencia contrae mi garganta,
todo mi ser rebosa idolatría.
La confusión de la multiplicidad me ha robado la calma
el alma me da hastío y me abandona la paciencia.
Di que abran la puerta,
porque mi corazón vuela hacia la taberna.
Para que, al fin, me libre de este mundo de “tú” y “yo”
y entre en el valle de la salvación.
* * * * *
Dame, Copera, el agua de sabor ardoroso,
porque no vale nada esta existencia.
Dame, Copera, el vino milagroso
que me haga discernir lo verdadero.
Dame, Copera, el vino que me enardezca el alma
y me marque el camino del anonadamiento.
Dame, Copera, el vino que me haga callar
y que me cubra con el manto de la no-existencia.
Dame, Copera, el vino que me arrebate igual que una corriente
más allá del pecado o la virtud.
Dame, Copera, el vino que me anule,
que me oculte de mí y derrumbe mi casa.
* * * * *
Una copa y un cántaro no apaciguan mi ardor,
saca ya la tinaja de ese vino.
Para que beba tanto que me convierta en Él
y, de pies a cabeza, mi ser se colme de Él.
Para que deje el lazo de los Actos y de los Atributos
y apure, ebrio, el mosto puro de la Esencia.
Y bebiendo y bebiendo, más y más,
cada vez yo me sienta más sin “yo”.
Para que beba tanto que me pierda
y pierda mi existencia en la tinaja.
Dame más vino, más, para que ya no me pregunte quién soy yo
y pase del pasado y del futuro.
Para que, entrando al valle de la pobreza y el anonadamiento,
se aleje de mi mente el “yo” y el “tú”.
Para que, entrando en la morada de la no-existencia,
me libre de quién soy y de quién eres.
* * * * *
Dame a beber el vino que calcine mi ser
y borre todo aquello que tenga o que no tenga.
Ese vino que arrase mi conciencia y me libere
de la herida y del bálsamo.
Ese vino que arrase cuanto existe,
hasta que ya no haya ni sobrio ni embriagado.
Ese vino que corte hasta mi aliento
y acabe con el “cómo” y el “porqué”.
Ese vino que es fuego,
ese vino que arranque el velo de “tú” y “yo”.
Ese vino que queme en mí lo seco y también lo húmedo
y disperse en el viento mi ceniza.
Ese vino que corte de raíz
y seque mis deseos y mis cavilaciones.
Ese vino que en Él convierta a cada átomo
y, vertido en la roca, diga a gritos “Él, Él”.
Ese vino capaz de enloquecerme
y de volverme extraño a todos.
* * * * *
Ese vino que borre la multiplicidad
para que, en la Unidad, todo sea Él.
Ese vino que acabe con mi oscuridad
y con la luz de la Unidad me acune.
Ese vino que borre mi apariencia de ola
hasta que el mar de la Unidad me engulla.
Ese vino que borre hasta mi imagen,
que todo mi ser borre, desde los pies a la cabeza.
Para que, salvo un punto, nada quede de mí,
y todos me conozcan como “el nadie”.
Ese vino capaz de separarme y alejarme de mí
para fundirme en Dios.