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LA MORADA DEL DERVICHE

¡Oh derviche!, el nido de la existencia es su morada;

existe para el mundo y el mundo para él.


Y llegado el instante en que tiene que abandonar este cobijo,

reside allí donde se encuentra el reino de su no-existencia.


Sin nombre alguno, sin dejar ningún rastro,

acudirá a un lugar donde es Dios todo cuanto contempla.


Nadie aparece extraño ante sus ojos penetrantes;

cualquiera a quien divise, en cualquier dirección, le resulta cercano.


Cuando su corazón se ha vaciado como un “ney” del “yo” y del “tú”,

Dios, con su aliento, toca en él la melodía: “Yo soy la Verdad”.


Nadie conoce al derviche, sino Dios, 

Dios es su principio y Dios es su fin.


¡Oh Nurbakhsh! Por ti se propagó por todo el mundo la fama del derviche,

y eso fue así, también, gracias a su pureza.

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