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Desde que dirigimos nuestros pasos hacia el reino del amor y del cariño,

pusimos nuestros pies sobre el banquete de lo temporal y de lo duradero.


Borramos de nuestro interior el recuerdo del “otro”

cuando hablamos de la fidelidad ante el Bienamado.


Con sinceridad desgarramos los velos de las determinaciones,

y, más allá del ser y del no-ser, la tienda del amor levantamos.


Desde el momento en que acuñamos las monedas de amor y de pureza,

creció el valor del oro de la moneda de lo accidental.


Y desde que, gozosos, derrumbamos los cimientos del “yo” y “tú”, 

se levantó el palacio del amor con las manos del anhelo. 


Hemos dejado atrás la mente que discernía entre creencias y naciones,

y del reino del corazón, con el amor, cortamos el camino del “cómo” y del “porqué”.


Con el recuerdo del Amigo, nos libramos de los peligros de la multiplicidad,

y desde el mar del “No”, en la ribera del “Sino” una bandera levantamos.


En el jānaqah del amor y la fidelidad no hay lugar para palabrería,

todo lo hemos borrado del libro, salvo el relato del Amigo.


Para que el sol del rostro del que es Aliento de la Vida “otorgue luz” al alma,

encaminamos nuestros pasos hacia el reino del amor y del cariño.

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