Somos los ebrios, los gallardos, somos enamorados valerosos,
todos se sienten orgullosos de alguien; también nosotros nos enorgullecemos de Dios.
Si el Dueño de nuestro corazón así lo quiere, le ofrecemos el corazón, el espíritu, el alma,
y, si aún lo permite, hasta nuestra cabeza arrojaremos a sus pies.
La riqueza de los derviches es su humildad y su felicidad,
con todo cuanto Él quiere nos sentimos alegres.
Salvo amor y pureza, no hay nada en nuestro pecho,
en el taller de la existencia, se nos ha confiado este misterio.
Desde que nuestra pena y aflicción por Él se convirtieron en la medicina de nuestro corazón,
ya nada nos embarga, salvo el anhelo de su amor.
Con el botín de los dos mundos hicimos una ofrenda para brindársela al Amigo,
no queremos lo inerte, somos aves del Rey.
En cada aliento Dios “otorga luz” a nuestras almas,
también nosotros, añorando su amor, hacia Él cabalgamos.