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¡Oh Copero del alma! Llena la copa de tu vino
quemándome del todo, hasta la médula.
Para que fluya de mi lengua, desde lo más profundo de mi corazón: “¡Oh, Él!”,
y con toda mi alma grite llorando: “¡Oh, Viviente!”
Para que pisotee la cabeza de la dualidad,
y corra velozmente por el camino de la Unidad.
Sin vino no se puede recorrer esta senda,
pues cordura y delirio nunca pueden ir juntos.
¿Hasta cuándo estaremos hablando de este mundo?
¿Hasta cuándo estaremos atrapados en el lazo de las pasiones?
Olvídate de ti, vuelve tu rostro hacia el Amado,
abandona esta tierra y contempla ese Sol.
Para que “dando luz”, Él te vacíe de ti mismo,
siendo el aliento el Alma de mi alma, y siendo mi alma el “ney”.
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