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Dame, Copera, el vino que mi alma enardece,
y quema la aflicción de esto y aquello.
Dame un fuego que funda mi existencia,
un agua que me arrase y me arruine.
Un vino que me pierda de mí mismo
hasta romper mi cántaro y vivir para siempre en la tinaja.
Un vino que me encienda,
y que haga arder mi alma, mi corazón, mi mente.
Un vino que me dé tal embriaguez
que me libere de la oscuridad.
Un vino que, por fin, me vuelva loco
y que me vuelva extraño para todos.
Un vino que me libre de mí mismo,
y que me dé cobijo en un rincón de la taberna,
y que me haga vivir en la taberna de Unicidad,
sin desear mi corazón a nada, sino a Dios.
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