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LA CARTA DE LA COPERA

Copera mía, dame una copa de tu vino,

que ya de la razón me he separado.


Aturdido, perplejo, vagabundo,

aquí estoy a tus pies, como un bebedor lánguido.


Mi corazón no tiene ni paciencia ni sosiego,

no tengo fuerzas ya ni para huir.


Dame más de tu vino, pues ya no tengo corazón ni alma,

todos se han ido y me he quedado solo.


Dame ese vino que calcine el alma

y le corte al recuerdo su camino.


Ese vino que arda en mis entrañas

y me libre del ser y del no-ser.


Ese vino que arranque mi existencia

y me sumerja en el olvido de mí mismo.


Ese vino que queme mi existencia

y que con ebriedad de mí me aparte.


Ese vino que lleve hacia la no-existencia,

que lleve hacia la senda que Dios quiera.


Ese vino que borre mi tristeza

y de lo poco y de lo mucho me libere. 


Ese vino que me haga llorar como una vela,

que me queme y me funda para siempre.

 

Ese vino que deje mi corazón enmudecido,

ardiendo, silencioso, como la mariposa.


Ese vino que arranque mi existencia,

para que el Alma de mi alma me cobije.


Ese vino que acabe con mi angustia

y del agua y del barro me libere.


Ese vino que beben aquellos que son libres

y permanecen ebrios y perplejos en Ti.


Ese vino que enseña al elegido

y aumenta en cada aliento la pureza.


No acertó a revelar el saber el misterio de la Creación,

no descifró el secreto de este cubo de tierra.


En la riqueza de la mente no hay prosperidad,

quizá el vino remedie nuestra pena.

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