Un mar tempestuoso,
inquieto y agitado,
un pecho lleno de palabras,
cargado sobre el hombro,
y Tú dices: “¡Callado!”
Hablo...,
por no pensar,
por no pensar en mí,
y Tú dices: “¡Callado!”
Cada átomo de mi ser,
rompiéndose,
estallo y me convierto en pura nada,
y Tú dices: “¡Callado!”
Digo la pena de mi corazón
para que Tú te alegres
y yo me alegre porque Tú te alegras,
y Tú dices: “¡Callado!”
Un niño, en su inocencia,
atosiga a su madre con preguntas,
y la madre,
libre del gozo y de la urgencia de su hijo,
le dice:
“¡Chiss!
¡Callado!”